Dentro del complicado mundo de la fenomenología religiosa, últimante asistimos a un fenómeno nuevo: al del "practicante no creyente". Sí, como lo oyen. Parece ser que lo contrario sería lo normal, el "creyente no practicante", pero el primero curiosamente se está imponiendo día a día.
Atrás parecen quedar aquellos tiempos en los que se pedía coherencia religiosa y se decía aquello de "si crees tienes que practicar". Pues ahora, todo lo contrario "si no crees, también tienes que practicar". Y no crean que se trata de una cosa exclusiva de la Iglesia católica, que también, sino que es un fenómeno que está sugiendo cada vez más en el seno de otras confesiones.
Hoy he oído en un programa de televisión que en una ciudad española, los cofrades de una hermandad eran muchos de ellos ateos, pero seguían la tradición de su familia de participar activamente en las procesiones de Semana Santa. Ya sé que me podrían decir que los ateos descansan el domingo o celebran la Navidad, sí, pero eso es diferente porque les viene impuesto por una costumbre generalizada a toda una sociedad. En cambio participar activamente en la Semana Santa es promover, voluntariamente, una tradición de fe y de expresión de la misma.
Podríamos encontrar otros ejemplos de "no creyentes practicantes", como es el caso de algunos musulmanes que se saltan preceptos del Corán, como el del alcohol, o el de las restricciones de algunos alimentos, y luego cumplen estrictamente con el mes del Ramadán. También sería el caso de muchos peregrinos que emprenden camino hacia Santiago de Compostela. Afrontan el recorrido como un reto deportivo. Si no existe la fe, aunque sea mínimamente, no tiene mucho sentido hacer el Camino de Santiago. Las rutas verdes son una buena alternativa de paisaje y entrenamiento, pero en definitiva muchos se inclinan hacia el camino religioso. Costumbre social, tradiciones, cultura, arte, relaciones personales.... Todo son excusas para no creer y practicar. ¡Cuesta creer!
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